Me sentí a salvo, bajo la inmensa luna llena

 

 

 

Mi nombre es Azaella

 

  

 

Descendí junto a La Orden de Miguel a la tierra, a diferencia de mis iguales, cometí el error de despreciar mi verdadera forma pidiendo a Azrael que en mi asignación borre mi memoria, eso me permitiría vivir entre los hombres como uno de ellos y no como un alado fingiendo ser un mortal, tras este error comprendí que la naturaleza de cada ser ya sea Dios, humano, semidios, hombre, insecto, no puede ni debe alterarse o el resultado será una paradoja maldita y deplorable.

Abrí mis ojos, me encontré a mí misma en un cuerpo carente de forma, una mujer, era lo que los hombres llaman una niña, aprendí entonces a serlo, descubrí que el ser humano es frágil, ya que mi dependencia de otros era mayor a mi necesidad y a mi fuerza, descubrí que hay maldad en el hombre, cada día que salía al pueblo, cada día que podía hacerlo, observaba mujeres completas, formadas, de cuerpos perfectos, de ropas armadas, de olores finos, observé como los hombres las miraban y observé que ellas conseguían todo sin tener nada más que ofrecer que sus cuerpos, tenía solo cuatro años, decidí ser igual a los ejemplos del camino, cambiaba mis harapos por formas de vestidos improvisados, poco a poco paso el tiempo. Un año después el hombre al que llamaba padre murió, a mi hogar llegó un sustituto, el hombre que mi madre decidió sería el remplazo perfecto, acepté entonces al hombre dentro de mi casa y como se me fue, por mi madre ordenado, le llamé papá, a mis siete años me había vuelto una pueblerina, coqueta, risueña, juguetona, era una niña, mas aquel a quien llame padre encontró una mujer en mí, no he de describir lo que viví, no he de describir lo que sentí, solo les diré que el dolor y el vacío que sentí es igual al que se siente tras sobrevivir a la muerte, cada vez que se repetía moría y volvía a nacer, con venir de nuevos días una hija nueva nació, una esperanza que me mantuvo fija a la tierra, lejos de las necesidades animales del hombre al que llamaba padre, me enamoré de ella, la cuidé como mía porque cada vez que la cargaba para calmar su llanto me hacía sentir fuerte.

Un pestañeo, mi cuerpo ya era el de una señorita, tenía doce años entonces, mi hermana había alcanzado la edad en que mi infierno comenzó, recuerdo ese día, lo recuerdo claro como el agua de manantial; salí de mi casa contando el día treinta de septiembre, mi hermana cumplía la edad, la edad que significaba muerte, corrí hasta un árbol frente a mi casa, era de noche, todos dormían, me solté a llorar con miedo, con ira, alguien levantó mi rostro, una gran luz de alas, una mujer radiante y hermosa con un vestido dorado transparente y fino, con manos y pies perfectos, cabello rojizo rizado, en mi asombro no me había dado cuenta, de que era yo misma, me miró y dijo:

 

—¿Qué haces ahí? Levanta la cara, tú eres más fuerte que cualquier hombre, mírame niña yo soy tu realidad, yo soy quien es verdad, yo soy quien es mentira, yo soy quien es luz y fuego dentro de ti, yo soy quien hoy nace, quien te guiará y te protegerá, ¡yo soy tú!, ve ahí adentro que nuestro destino da inicio esta noche.

 

Se desvaneció en la inmensidad de la oscuridad, entré a mi casa, ahí estaba él, parado esperando, asechando, me miró, se empezó a acercar a mí, mas ya no estaba sola, había cambiado y con cada paso que el daba, mi voz, mi forma, mi anatomía, cambiaron ante sus ojos, al estar frente a mí verdadera forma se arrodilló, sin tocarlo sentí como mi poder le apretaba su cuello y presionaba sus rodillas contra el suelo, mi única intención, mi único deseo, era que muera, pero me detuve, lo miré y me detuve, moví mi mano liberándolo de la prisión de mi poder, me acerqué y le dije:

 

—Tú, maldito, mil veces maldito, (levanté su cara con un movimiento de mis dedos), mírame, puede que sea lo último que veas, sé fuerte ahora miserable, sé fuerte ahora hombre, humano insolente, carne vacía, yo soy el miedo tomando venganza, yo soy quien te destruirá las entrañas desde adentro, por mí quedas condenado, morirás lentamente, dentro de ti cada pedazo se pudrirá y no habrá humano que pueda salvarte.

Empezó a temblar, sus rodillas postradas se encharcaron por su orina, su rostro se inflamó por las lágrimas que salían de sus ojos sin poder cerrarlos, su piel se tornó pálida, sus manos, su cuerpo, todo él se enfrío, di un paso entonces de frente, tomando lentamente la forma de la niña a la que llamaba hija, sujeté su rostro con mi mano, cuando miró mis ojos pudo ver su muerte en ellos.

 

—Vigilaré cada paso que des, cada lugar al que te muevas, si te llegaras acercar, papá, más de lo que debieras o con cualquier intención que no fuese cuidar a tu hija, mi hermana, a la que debes agradecer mi piedad, ese momento de descuido, en que sienta que le has hecho el menor de los daños,

sentirás toda mi ira, porque no me olvidaré de tu castigo, el que te corresponde por lo que me hiciste, mis propias manos te destruirán, lentamente, no te dejare morir, te encerraré en un bucle eterno aquí en la tierra en el que esperarás cada tortura que se me pueda ocurrir hasta que tu piel se te caiga por la vejez y tus huesos se pudran sin poder moverse por tu voluntad, adiós papá, me acerqué a su frente, lo bese, observé al lugar al que decía adiós y empecé a desvanecerme ante sus ojos. Él se desmayó, ya nadie me veía, ni mi madre que dormía, ni mi hermana en su regazo, recogí mis cosas, las pocas que tenía, siendo pobre no tenía mucho, creo que solo me recogí a mí misma, me alejé, hui entre el bosque y caminé en el por horas hasta llegar al que sería mi nuevo hogar, Le Lutte. 

Sonreí, empecé a llorar, me sentí a salvo, bajo la inmensa luna llena que me acompañaba, entre las sombras del bosque y las del pueblo al que me adentraba un hombre apareció como rayo frente a mí, estaba literalmente sentado de cuclillas, mirándome fijo con el ceño fruncido formado en su frente una gran cruz, era imponente, se veía fuerte, grande, lindo, entonces me habló.

 

—La Luna me dijo que venías, te creí más grande.

 

Yo no podía hablar, ni correr, mi voz se quedó atrapada dentro de mí, se puso de pie y estiró su mano.

 

—Me llamo Afaesthus, no necesito conocer tu historia, pero tú necesitas un baño y una cama para descansar. 

 

—¡Soy Azaella! Le di la mano y caminé a su lado, buscó esa misma noche para mí un hogar en el pueblo, me presentó entonces a mis nuevos padres, hermana y hermano, ellos me cuidaron y protegieron como si fuera de su propia sangre, mi querido Af. 

 

 

 

Historia: Geovanie Jaramillo 

Ilustración: Juan Galarza